Nota: Recupero esta entrada de mi anterior blog, modificada y ampliada, para reivindicar la figura de un gran olvidado: el comandante Gállego.
Formación militar y primeros destinos
José Gállego Aragüés nació en Aragüés del Puerto (Huesca), en 1893. Recibió formación castrense en la Academia de Infantería de Toledo, pasando a incorporarse en el Regimiento de Infantería Galicia núm. 19. En 1914 fue destinado a Larache, en el Marruecos español, donde se unió al Regimiento de Infantería Extremadura núm. 15. Un año después, ya como teniente, se le asignó el mando de la Policía Indígena de Larache, integrada en el Grupo de Regulares núm. 4. Fue allí donde obtuvo la Cruz de Primera Clase del Mérito Militar con distintivo rojo. Tras pasar cuatro años de servicio en territorio peninsular, regresará a África en 1921, tras el desastre de Annual, con el rango de capitán. Su regreso definitivo a España tuvo lugar en 1922, permaneciendo en la guarnición de Gijón hasta que, en 1930, se le destina al Regimiento de Infantería Saboya núm. 6 de Madrid (llamado Regimiento de León tras el advenimiento de la Segunda República).
La guerra civil
18 de julio de 1936. Ese día, Gállego se encontraba de permiso en Gijón, ciudad de la que era oriunda su mujer. Tras la sublevación se puso a las órdenes del Comité de Guerra, asignándosele la comandancia militar de Gijón. Logró la rendición de los guardias civiles del cuartel de Los Campos, y procedió a la toma de los cuarteles de Zapadores y Simancas, poniendo fin a la resistencia el día 21 de agosto. Para el día siguiente, Gállego ya se había integrado en la Comandancia del Frente Occidental, para detener el avance de las columnas gallegas en la zona de La Espina.
El comunista Juan Ambou, al frente del Departamento de Guerra del Consejo Provincial del Frente Popular desde su formación el 6 de septiembre, dedica unas líneas al comandante en su obra "Los comunistas en la resistencia nacional republicana. La guerra en Asturias, País Vasco y Santander" donde destaca su lealtad a la legalidad republicana así como sus dotes de mando:
"Conocí al comandante Gállego en Gijón, dirigiendo el ataque contra las fuerzas del coronel Pinilla que ocupaban el cuartel de Simancas. [...] Después nos vimos en la zona occidental, en Salas. [...] tenía gran preocupación por cómo había de conducirse la guerra. Me hablaba de aprovechar las "Ordenanzas" de Carlos III. Y a mí no me pareció mal. Recuerdo siempre que me impresionó cómo en ellas se describe la función del cabo en relación con los soldados de su escuadra. Es una función humana, política, muy inteligente, que aplicada a la situación concreta del momento podría dar resultados. Conversamos largamente sobre cómo organizar a los grupos y a las columnas, mientras no se llegara a la militarización regular. Y el comandante Gállego escribió una serie de instrucciones tácticas para el combate, sobre todo para uso de los jefes de grupo y columna: tratar por todos los medios de ocupar el objetivo señalado con la debida protección y apoyo; mantener el enlace con los grupos o columnas que se encuentren en los costados o en la retaguardia; impedir a toda costa que las retiradas no ordenadas se convirtieran en desbandadas -sin duda, a veces así ocurría-; condenar toda clase de rumores y mentiras acerca de la supuesta inferioridad del enemigo, de imaginarios peligros de "copo" y todo aquello que pueda ir en detrimento de la moral del combatiente republicano. Así y todo hubo alguien en la dirección de nuestro partido que desconfiaba del comandante Gállego. La mayoría estuvimos siempre en contra." [1]
En febrero de 1937, las fuerzas republicanas lanzan una ofensiva para cerrar el pasillo Grado-Oviedo y tomar la capital asturiana. Ascendido a teniente coronel, Gállego se incorpora a la ofensiva al mando de la brigada de Santander.[2] Al poco tiempo fue destinado a Santander, donde habría de convertir a las milicias en tropas regulares. En julio de 1937 sería nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército de Euzkadi:
"Desempeñó diversos mandos en Santander y en Vizcaya: jefe de la Columna núm. 1, luego 1ª División y coronel jefe del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército de Santander. Acabó al frente del XVI Cuerpo de Ejército -Asturias- cuando cayó la provincia santanderina." [3]
Captura y muerte
Tal y como relata Marcelino Laruelo Roa, ante el avance de las tropas rebeldes y el fin inevitable del Frente Norte, parece ser que Gállego tuvo oportunidad de abandonar Santander en los buques de guerra del puerto, pero no lo hizo. Al contrario, trató de retirarse a Asturias con sus hombres, cayendo prisionero de las Brigadas Navarras en Cabuérniga. Tras pasar por la Prisión Provincial de Santander, se le trasladó a la de Bilbao. Su cautiverio duró ocho meses. Condenado a muerte por dos consejos de guerra, fue fusilado el 28 de mayo de 1938, en el cementerio bilbaíno de Vistalegre. Como decía Juan Ambou:
"Durante su cautiverio conservó alta su moral, y lo que es más importante: mantuvo hasta los últimos momentos una lealtad intachable al régimen republicano y a la nación".
También re sefiere a él Julián Zugazagoitia, tal y como recogen Gutiérrez y Gudín:
"Apasionado por su oficio, le atribuía un sentido profundo que no era frecuente descubrir en los cuarteles españoles. Su concepción de la guerra chocaba con la de sus superiores y la de sus subalternos. Con orgullo español, se afirmaba en una lealtad profunda, que se sentía interpretada en los discursos de Azaña. Su personalidad estaba como desterrada por las carreras improvisadas, sin querella de su parte, que no gustaba de ser confundido con los que, de una a otra exigencia, hicieron mercancía del oficio y papel de renta de la lealtad. Quienes trabajaron a su lado, compartiendo los riesgos de los combates y las pausas de los intermedios, no olvidan su recuerdo ni sus lecciones de moral." [4]
El texto que un hijo de Gállego compartía en el año 2002 con La Nueva España, da buena fe de las afirmaciones de Ambou. Fue escrito por el propio José Gállego para su defensa ante el tribunal dirigido por Fidel Dávila.
Declaración ante el consejo de guerra de José Gállego Aragüés, publicada en La Nueva España, 1 de diciembre de 2002:
José Gállego Aragüés, teniente coronel de Infantería al servicio del
Gobierno legal de España, ante el consejo de guerra dice: En la lucha
armada y más cuando tiene el carácter de guerra civil los adversarios
usan entre los medios de agresión el del lenguaje. Nacen voces o frases,
generalmente con el carácter de adjetivos, que cobran fácil y rápida
circulación entre la multitud y los usa lanzándolos en intención al
contrario cargados con un acento de maldición. Así, en los vuestros la
palabra «rojos» evoca un cuadro tenebroso en el que van revueltas
escenas de asesinatos, saqueos, violaciones e incendios. No está en ello
mi sorpresa sino que nace y se detiene al ver estampada o impresa la
palabra en los folios del sumario. Y me he preguntado: ¿entrará cargada
con este lastre de maldad en el severo campo de la justicia? Es decir,
cuando el señor juez, el señor fiscal usan la palabra rojo emplean una
abreviatura que expresa el concepto «un comunista», «un sindicalista»,
«un socialista» que, en tanto no demuestre lo contrario, debe
estimársele complicado en este grupo de crímenes.
Es el caso que yo no he pertenecido jamás a ninguna agrupación sindical
ni política; no he sido partícipe de agrupación alguna encaminada a
dicho fin, y mis relaciones con la política datan exactamente del 19 de
julio de 1936. Claro es que en la medida de mis alcances he puesto freno
a cualquier brutalidad estúpida de las que en la guerra se producen.
Pero he estado al servicio de los titulados rojos, y la justicia para
serlo habrá de tomarse en la porción de color ajena a esos significados y
que tiene unos límites reducidos y muy concretos.
DE PERMISO EN GIJÓN
Como consta en el sumario llevaba yo dos o tres días en Gijón,
disfrutando el permiso del verano cuando se produjeron los sucesos de
julio; con motivo de ellos, quedé a las órdenes de la autoridad que
estimaba legítima en aquellos momentos, el alcalde de la localidad, y
por el cordón umbilical del deber ligado a una situación, la de
adversario vuestro. No ignoro ahora, no ignoraba entonces, que con esa
postura quedaba atado a más que a la faena de oposición a vuestros
designios. Tenía la convicción de que con vuestro acto se entraba de
lleno en una página inédita de la historia de España. Habíais abierto de
par en par las puertas a un nuevo sistema económico-político-social
para esas masas proletarias que teníais enfrente, y me prometí fidelidad
para servir esa redención en la parte justa de sus afanes.
LEALTAD, NO TRAICIÓN
Volviendo al lenguaje de guerra en sentido diametralmente opuesto al
anterior, los beligerantes emplean para su empeño adjetivos que integran
el mayor número posible de voluntades. Denomináis el vuestro la «causa
nacional» y también ha entrado la frase en los dominios de la justicia.
En el sumario se me interrogó para que manifestara cuáles ayudas había
prestado a la misma; y al pedir aclaraciones al señor juez sobre el
significado de la frase e implicar «servicios o auxilios al adversario
encaminados a favorecer éxitos suyos» manifesté «ninguno». Ninguno,
porque en estimativa para mi conducta, la lealtad es de rango muy
superior a la traición e indagando de traiciones llegaba la pregunta.
ESPAÑA, ANTE TODO
Pero si la frase la abultamos hasta que tome su recto sentido e
inquirimos con ella en cual medida tuvimos en el pensamiento España, la
Nación, las preocupaciones que pusimos en su patrimonio, los afanes que
nos merecieron las personas por fuera de sus ideologías, responderé muy
distinto. Digo que España no se ha apartado un momento de mi juicio, y
en los menesteres de cuidar bienes y personas he gastado todo la mía
hasta verla arrinconada como sospechosa de traición; todo ello seguro de
servir con mejor eficacia la propia causa y nunca con la intención de
prestaros un servicio. Otra pregunta del sumario inquiere se concrete la
calidad de los servicios rendidos; si de armas, oficinas, etcétera...,
al parecer concediendo primas de ventaja a quien los haya prestado más
precarios. Me permito hacer notar que por esta ruta es fácil confundir
la incapacidad o pobreza personal con la ponderación auténtica de las
responsabilidades que en el fondo decís perseguir. La calidad de traidor
o la impotencia para hacer son previas y más profundas que las
ideologías. Son cualidades encapsuladas en la idiosincrasia del
individuo y con ellas aflorará en el oficio, en la amistad o en la
política.
Hay que preguntar a cada uno: la faena que te tocó ¿cómo la realizaste?
De mí sé deciros, cuando a lo precario le aguarda un criterio más
generoso, que he pasado mucho dolor en soledad, porque al verme tal cual
soy, había de confesarme «me faltan luces, me faltan fuerzas para
enfilar a puerto seguro y llevar la carga que las circunstancias han
puesto sobre mis hombros». Ojalá en ambos beligerantes hubiera unas
docenas de hombres más que capaces de promover y encauzar las
generosidades que el alma nacional puede manar, enjaulando a la vez
cuanto manifiesta de brutal y sanguinaria.
¿COMUNISTA O FASCISTA?
Os he detenido acaso demasiado en estas reflexiones, para mí muy
entrañables, pues por este entender he sido zarandeado por el destino de
los demás, con exceso a cuanto imaginéis. Fiel a esta conducta, para
muchos de los que militan en vuestro campo yo tengo rasgos comunistoides
y para algunos del propio soy un fascista disfrazado con gorro frigio.
Todo depende del signo de los sucesos que haya en la escena.
Por suerte o por desgracia, como profesional ha opinado y actuado en
mando de tropas en casi todos los sucesos que se han producido en estos
últimos años: caso de Galán, instauración de la República, sucesos de
agosto, octubre y los actuales. Los revolucionarios de cada hora me
entendían como parcial en su contra. Los eventualmente afines,
«sospechoso», pues carecía de aptitudes para seguirlos en el camino que
estimaba de pasiones y resentimientos. Expresión del significado de esta
conducta a través de los años es no haber logrado aún lo que tantísimos
otros; algunos de los que os acompañan desde el comienzo de los
sucesos, más de los que os han prestado aquellos servicios o auxilios a
que hace referencia la requisitoria del sumario; ver reconocida en el
diario oficial la lealtad de mis servicios a la República. Y conste que
se los he prestado con toda generosidad y devoción, sin ninguna clase de
reservas. No quiero que podáis imaginar en la expresión anterior un
propósito de envolver mi conducta en nebulosidades, atisbando atenuantes
en estos momentos. He sido íntegramente leal a su significado.
¿REBELIÓN?
Renuncio a entrar en si el señor juez y el señor fiscal han estado
acertados al imputarme el delito de rebelión. No podemos imaginar al
hombre disputando sobre sus derechos de ciudadanía solitario en el
desierto; los ventila en relaciones de comunidad con sus semejantes.
El campo donde se ventila la categoría de Estado es el internacional. y
en él, el 19 de julio de 1936 el español no tenía sino una
representación: la de los poderes de la República a los que he tributado
toda fidelidad. Rebelión ¿contra cuál compromiso adquirido
voluntariamente o por imperio de la ley? Rebelión ¿cuál enlace
imprescindible podéis hablar en mi conducta que una el 18 de julio y el
19? ¿De cuál brizna de conspiración para llegar a ese acto podéis
acusarme? Es un delito que creáis por la fuerza y sobre toda razón.
Termino. En la extensión del áspero y lurdo cañamazo que forma la
existencia cotidiana del hombre corriente (la mía es de ese estilo) se
entrecruzan hebras de oro, símbolo o expresión de esperanzas ardientes, y
alegrías más o menos maduras de carácter particular y personal. Sobre
él, figuras más delicadas, más valiosas, hay las que bordó el deber
profesional en horas macizas vividas a pleno pulmón, imantadas todas las
energías hacia fines ajenos a uno mismo, la Patria, el Ejército, la
sociedad, y salidas de ese cáliz que en las entrañas de cada ser guarda
lo mejor de los sentimientos y lo más elevado de las ideas.
LA LEY DE BRENO
En los momentos actuales, en este instante tajante que amenaza cortar el
hilo de mi existencia, en lo íntimo no falta ese juicio insobornable
que me dice «cualesquiera que sean los sucesos adversarios o favorables
que te tomen, recíbelos en la seguridad de que tus actos y tus palabras a
lo largo de esta terrible tragedia española no desmerecen de los más
acendrados que en horas pretéritas pusiste al servicio de tu Patria. Y
es este sentimiento, señores del consejo, el que me autoriza para
rogaros, aunque en este caso particular hagáis excepción, que os
apartéis para juzgar de esa bronca ley de Breno, por la que el vencedor
no tiene por qué reconocer una brizna de derecho en el vencido, y más
altos, pensando en la España de mañana, que o no será o los vencedores
habrán de llamar a comunión a los vencidos; y en la de hoy, exangüe en
sí misma, peón que adelantan diferentes naciones de Europa en la partida
internacional y a favor de sus propios intereses y circulando en el
mundo como el símbolo de los instintos brutales del hombre en rienda
suelta, hagáis de la justicia hacienda aparte cuyas bordas no puedan
alcanzar esos mastines de auténtica sangre española: el resentimiento,
la venganza y la envidia.
VERDUGOS O VÍCTIMAS
Esta vida, tan en el aire, diérala gustoso sin reserva alguna, por
aventar del cielo español esa a manera de sentencia bíblica que parece
pesar sobre el signo de sus hombres; condenados a vivir a lo largo de la
historia como cainitas y abelianos: hoy de verdugos, mañana de
víctimas.
Obligado a comparecer ante este tribunal de un delito y unas agravantes
culpable, mi ser íntegro responde: «En la conciencia no cruza la más
leve sombra de esa responsabilidad; yo no soy ése». Me siento como un
combatiente que, rezumando devoción a España, ha sido vencido y, por
azares de la lucha, es prisionero de guerra en vuestras manos. De
entrambos hombres tomad el auténtico y, desde el fondo moral
insobornable vuestro, dictad sentencia.
Santander, 17 de noviembre de 1937.
[1] AMBOU, J.: Los comunistas en la resistencia nacional republicana. La guerra en Asturias, País Vasco y Santander. Silente, 2011, p.15.
[2] Ídem, p.61.
[3] GUTIÉRREZ, Jesús y GUDÍN, Enrique: "Cuatro derroteros militares de la Guerra Civil en Cantabria", en Monte Buciero, nº11, 2005, p.57.
[4] Ídem, p.58.
FUENTES
AMBOU, J.: Los comunistas en la resistencia nacional republicana. La guerra en Asturias, País Vasco y Santander. Silente, 2011.
GUTIÉRREZ, Jesús y GUDÍN, Enrique: "Cuatro derroteros militares de la Guerra Civil en Cantabria", en Monte Buciero, nº11, 2005, pp. 18-298.
LARUELO ROA, M.: Muertes paralelas. El destino trágico de los prohombres de la República. Gijón, 2004.